martes, 10 de abril de 2018

¿Puede el movimiento por la desinversión fósil funcionar como detonante para la lucha climática?

El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, acaba de anunciar que el consistorio retirará los fondos de pensiones de la ciudad de las inversiones en combustibles fósiles, una cantidad valorada en 5.000 millones de dólares. El movimiento por la desinversión fósil es el que más rápido crecimiento ha experimentado de todos los movimientos de desinversión de la historia, afectando ya a grandes aseguradoras y bancos.


A Donald Trump se le ha formado un motín en el barco. Desde que llegó a la Casa Blanca, su escalada fosilista ha sido imparable, y ha estado abanderada por tan polémicas decisiones como la reactivación de la construcción de mega-oleoductos, la congelación de las escasas regulaciones federales al fracking, la apertura de Parques Nacionales y Reservas Tribales a la exploración de hidrocarburos, el reflotamiento (al menos dialéctico) del sector del carbón..., Incluso la postverdad climática está siendo introducida en la Agencia de Protección Ambiental (EPA) al cuestionar el papel del CO2 en el calentamiento global. Pero diversas ciudades y algunos estados le han salido contestones, como puso de manifiesto el movimiento “We are still in”(“Seguimos dentro”, en relación al Acuerdo de París), en la reciente cumbre de cambio climático de Bonn, en diciembre pasado.
La última campanada la ha dado el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, al hacer la semana pasada un doble anuncio bomba. Por un lado comunicó la voluntad del consistorio de presentar una demanda contra cinco grandes compañías petroleras por sus responsabilidad en el calentamiento global. Segun de Blasio “la avaricia de las compañías fósiles nos ha traído hasta aquí, por lo que deben ser ellas las que paguen para que Nueva York sea una ciudad más segura y resiliente”. Al mismo tiempo, el alcalde anunciaba que Nueva York, que sufre de forma creciente los efectos de huracanes, subidas del nivel del mar, y otros efectos del cambio climático, se convertirá en la mayor ciudad estadounidense en retirar la parte de sus fondos de pensiones que esté invertida en combustibles fósiles. El compromiso se materializará a lo largo de los próximos cinco años. Cinco mil millones menos de dólares para la industria fósil.
Esa es en esencia la filosofía del movimiento por la desinversión fósil, que arrancó en 2012 en los campus de algunas universidades de EEUU y a dia de hoy se ha extendido como la pólvora a otras esferas y países (lamentablemente no a España): sin dinero, no hay petróleo.
La cosa funciona así: hay toda una serie de instituciones, universidades, ayuntamientos, iglesias, fundaciones, fondos de pensiones, agencias de seguros…, que invierten su dinero en bancos y fondos de inversión que a su vez invierten en compañías de combustibles fósiles. Les prestan dinero para que puedan extraer carbón, petróleo o gas. El movimiento por la desinversión trata de convencer a los inversores en general de que saquen su dinero de esos fondos, que vendan esas acciones o bonos, e inviertan su dinero en otras actividades, como las energías renovables u otras actividades que no sean dañinas para el clima, con el objetivo teórico de poner al sistema financiero al servicio de la descarbonización de la economía.
Hoy día los bancos invierten nueve veces más en combustibles fósiles que en energías renovables. El movimiento por la desinversión fósil trata de darle la vuelta a esa situación.
Mirándose en el espejo de campañas de desinversión desarrolladas en el pasado -es reseñable en particular la que logró la retirada de inversiones en Sudáfrica como protesta internacional contra el régimen racista del Apartheid- la campaña ha experimentado un crecimiento que sin embargo no tuvieron ninguna de las anteriores. A finales de la década de los 80 había en torno a 150 instituciones académicas que habían desinvertido en el país sudafricano. Algo que si bien tuvo un dudoso efecto financiero real, contribuyó a espolear la criminalización internacional del régimen. La campaña por la desinversión fósil por su parte suma hoy día más de 800 instituciones y de 58000 inversores individuales que han hecho compromisos de desinversión para los próximos cinco años por valor de más de 6 billones (con b) de dólares. ¡No es una cantidad pequeña!. De hecho desde el ámbito financiero se miraba hasta hace poco con bastante desinterés a este movimiento, tachándolo de ingenuo. Hoy día empieza sin embargo a haber recelo y preocupación por este tema a medida que la criatura se hace grande.
Y es que en un entorno normativo de regulación climática que pretenda no superar un aumento de 2ºC de temperatura a final de siglo, mantener activos fósiles en la cartera de inversiones puede convertirse en una actividad de riesgo financiero. El retraso en alcanzar consensos internacionales en materia climática, la falta de concreción del tardío Acuerdo de París, la consecuente ausencia de medidas vinculantes de mitigación sólidas por parte de los países, etc han contribuido hasta ahora a mantener un clima de calma en el sector económico y financiero, como si el calentamiento global fuera algo que “no va con ellos”. En el mismo periódico, en la página de Sociedad podemos encontrar la reseña sobre el último informe científico -a cada cual más dramático-, sobre el deshielo del Ártico o sobre nuevos records de calor. Unas páginas más allá, en la sección “salmón”, se informa de como suben las acciones de grandes empresas petroleras o se anuncia con júbilo nuevas inversiones en carbón, petróleo o gas. Son realidades que viven de espaldas y no se tocan. Sin embargo algunos actores empiezan a oler el riesgo de burbuja que hay detrás de seguir generando pingües beneficios con unas reservas que quizás no se lleguen a explotar nunca.
Y es que esto ya no va de universidades. O no solo. Se dice que los movimientos por la desinversión pueden atravesar tres olas de expansión. La tercera ola, en la que el movimiento se hace realmente viral, ocurre cuando se da el salto desde las universidades y ayuntamientos y empieza a penetrar a grandes actores como aseguradoras, fondos de inversión, e incluso bancos. El anuncio del alcalde de Nueva York es el más reciente, pero quizás no el más significativo. Durante 2017 se produjeron algunos compromisos de desinversión importantes por parte de al menos 8 instituciones financieras grandes. No nos vamos a engañar. Los compromisos son a buen seguro insuficientes, y además del riesgo financiero (aunque aduzcan razones éticas) a estos anuncios no les falta su buena dosis de retorica verde. Pero son no solo simbólicos sino, en alguna medida también, significativos.
Tras una intensa campaña de las organizaciones ecologistas, BNP Paribas, uno de los 25 mayores bancos del mundo, anunció en octubre pasado que abandonará sus inversiones en el fracking y las arenas bituminosas, dos de los combustibles más sucios del planeta. También se retira de las inversiones petroleras en el Ártico. Ciertamente son compromisos parciales, pero crean un precedente para exigir medidas similares a, por ejemplo y por mirar para casa, grandes bancos españoles como el Santander o el BBVA, que también juegan en la primera división financiera, a los que la desinversión no parece que les suene de nada. También en 2017, la tercera mayor compañía de seguros del mundo, Axxa anunció que desinvertiría 2400 millones de actividades relacionadas con el carbón, y 700 millones de activos de arenas bituminosas, incluyendo no solo su extracción sino la propia construcción de oleoductos para transportarlas.
Siguiendo esta oleada de anuncios en lo que parece ser un efecto de “bola de nieve”, el Banco Central Noruego, que gestiona el mayor Fondo Soberano de Inversión del mundo -y que precisamente fue un fondo que se construyó en el pasado sobre la riqueza generada por la abundancia de hidrocarburos del país escandinavo-, recomendó al gobierno retirar las invesrsiones en gas y petróleo. Unas inversiones que representan el 6% del fondo, un total de cerca de 28 mil millones de dólares repartidos entre algunas de las grandes petroleras mundiales como Shell, Chevron, ExxonMobil, BP, Total, Eni ..., El propio Banco Mundial, que en 2016 ya había anunciado una retirada de 1600 millones de dólares, se sumó a este hilo de anuncios a finales de 2017 comprometiéndose a no financiar la exploración y la explotación de gas y petróleo a partir de 2019.
La pregunta que conviene hacerse es: ¿Podrá tener la campaña por la desinversión fósil un efecto directo real sobre las empresas energéticas y el sistema financiero?, ¿o siempre apareceran nuevos inversores menos escrupulosos y dispuestos a hacerse con las acciones desechadas?. Es más, ¿puede el capitalismo global, como sistema cuya existencia solo se entiende sobre la base de una disponibilidad creciente de energía abundante y barata, permitirse la desinversión fósil?, ¿o supondría eso una especie de harakiri para el propio sistema? Hay voces que claman en este sentido. Al propio anuncio del Banco Mundial se le puede sacar bastante punta, y si hurgamos en la letra pequeña hay un buen puñado de excepciones que lo debilitan. Sin embargo podemos decir que se ha comenzado a andar un camino. No podemos saber a ciencia cierta qué nos deparará esta campaña en los próximos años, pero desandarlo tendrá un claro coste en términos de credibilidad social para estas instituciones.
En cualquier caso, el valor estigmatizador de la campaña, poniendo el dedo acusador sobre los culpables del cambio climático es innegable. Es la transición dialéctica de la atmósfera como espacio de negociación, al subsuelo como punto concreto de acción. Dejamos de hablar de intangibles moléculas de CO2 para comenzar a hablar, por fin, de reservas fósiles que tienen propietarios con nombre y apellidos que se benefician dañando el clima y poniéndonos en riesgo a todos los habitantes del planeta, muy especialmente a la población más desfavorecida. En esta lógica que parece que ya empieza a contagiar incluso al mundo financiero, los gobiernos, como poco, deberían mañana mismo cortar el grifo de una vez por todas de los muy cuantiosos subsidios públicos que aún destinan a las empresas de carbón, petróleo y gas.

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