domingo, 30 de enero de 2011

Los troyanos transgénicos

Katia Monteagudo(Prensa Latina) / editorweb@radioangulo.icrt.cu / Sábado, 29 de Enero de 2011 06:23 

Mientras millones de personas en el mundo soportan hambre crónica, grandes transnacionales generan enormes beneficios con la introducción de organismos genéticamente modificados (OGM) a la cadena productiva de alimentos.

Varias voces alertan sobre la siniestra dependencia agrícola que poderosas compañías están creando con esta tecnología, cada vez más generalizada.


Tal manipulación ha hecho afirmar a más de un analista, agricultor y ciudadano que los OGM son los nuevos caballos de Troya de los monopolios para crear una fatal subordinación, y seguir obteniendo multimillonarios dividendos, más que para atenuar la hambruna del planeta.


La producción de alimentos transgénicos está también repercutiendo en la actual volatilidad de los precios en los comestibles básicos, la cual ha puesto al mundo a las puertas de otra crisis alimentaria.

No son pocos los que denuncian cómo se empobrecen centenares de agricultores de los pueblos del Sur, por el sometimiento de sus siembras a la compra de esas semillas, y de sus agroquímicos, producidos por las mismas manos que les ofertan las simientes.

Este agronegocio ha desarrollado tecnologías para lograr semillas estériles, cuyo uso se ha extendido por casi todo los Estados Unidos y otros países del Primer Mundo.

Incluso, esta dependencia ha obligado a agricultores norteamericanos a seguir comprando OGM, aunque les resulten más caros y con mayores requerimientos de pesticidas y herbicidas, varios probadamente nocivos y con rendimientos inferiores.

En la nación estadounidense, el 90 por ciento de los cultivos de soja y el 80 por ciento de los de maíz y de algodón se hacen con semillas genéticamente modificadas.

Análisis estadísticos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos han demostrado que los transgénicos producen menos o igual que los cultivos convencionales. Igual han expuesto un elevado uso de agroquímicos entre 1996 y 2006.

Tales prácticas y el acelerado avance de la tecnología han puesto en riesgo a la tradicional forma de vida y de producir de mil 400 millones de campesinos en los pueblos del Sur, acostumbrados a conservar sus propias simientes.

En el 2003 la superficie destinada a cultivos transgénicos aumentó en 28 por ciento en los países del Tercer Mundo, mientras que en las naciones industrializadas el incremento fue sólo de 11 por ciento.

Esta extensión se debió a las ventajas económicas, ambientales y sociales que presentan los países en vías de desarrollo, muchos empobrecidos, dependientes y contaminados.

Según el último informe de International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications (ISAAA), 14 millones de agricultores en el 2009 plantaron 134 millones de hectáreas de cultivos biotecnológicos en 25 países.

La ISAAA señala que América Latina tiene 46 millones ochocientas mil hectáreas, concentrados en soja, maíz y algodón transgénicos, que representan casi el 35 por ciento del área mundial dedicada a estas prácticas.

En la región del MERCOSUR, Brasil, segundo a nivel mundial -el líder es Estados Unidos con 64 millones de hectáreas-, en el 2009 plantó, 21 millones 400 mil hectáreas.

De ese total, 16 millones 200 mil hectáreas correspondieron a soja, superando por 100 mil hectáreas a Argentina, con el segundo lugar en la región. Le sigue Paraguay, con dos millones doscientas mil hectáreas.

Solo la compañía norteamericana Monsanto controla el 90 por ciento de las semillas transgénicas sembradas globalmente.

Esta transnacional suministra tres mil 500 variedades de semientes a productores de frutas y hortalizas en 150 países.

Las ventas de esta compañía en el 2009 estuvieron por encima de los siete mil millones de dólares. Sus ganancias entonces sobrepasaron los dos mil millones. Ese mismo año, resultó la empresa destacada por la revista Forbes.

Tal reconocimiento lo logró en plena resaca de la crisis alimentaria del 2008, año en el que incluso se produjo una importante subida en los precios de los insumos agroquímicos y muchos prescindieron de estos.

Analistas refieren que ese hecho ocasionó un descenso en la producción, y por ende una menor oferta, un incremento en los costes y exorbitantes precios de los cultivos.

Sin embargo, en febrero de 2008, Monsanto pronosticaba para dicho año mayor beneficio bruto por la venta de Roundup, su herbicida estrella. Apostó por ganar entre mil 300 millones y mil 400 millones de dólares. Y los obtuvo.

Ese año sus beneficios totales ascendieron a casi tres mil millones de dólares.

Para esos montos solo tuvo que aumentar el precio del galón de Roundup de 13 dólares que costaba en el 2007 a 20 dólares en el 2008.

Al siguiente año volvió a repetir la fórmula, a pesar de los significativos descensos del petróleo. De nuevo aumentó el valor del galón de su herbicida, incluso vendiendo menos volumen.

Estudios refieren que los beneficios de estas compañías se explican por el control monopólico que ejercen.

En el 2007, según refiere un análisis del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración, más de dos tercios del comercio mundial de semillas transgénicas era manejado por 10 grandes multinacionales, entre estas Monsanto, DuPont, Syngenta, y Limagrain Bayer.

Entres ellas hay un constante proceso de fusión y concentración empresarial, que se traduce en un mayor control de la cadena alimentaria, desde la producción y venta de semillas hasta la comercialización del producto procesado, pasando por la venta de agroquímicos.

Muchas voces alertan que el control de las semillas es un objetivo prioritario entre estas empresas, porque significa poseer la llave de todo ese engranaje.

Las simientes, además de su fuerte concentración de mercado, también están patentadas, lo que vuelve ilegal el derecho ancestral de los agricultores de conservarlas para volverlas a plantar en la próxima cosecha.

Según un informe del Center for Food Safety de Estados Unidos, en el 2005 Monsanto ya había cobrado más de 15 millones de dólares en 90 juicios por el uso sin su permiso de OGM.

Entre los principales argumentos a favor de los transgénicos se asume que estos contribuyen a reducir el hambre en el mundo, un objetivo prioritario de Naciones Unidas en sus metas para el actual milenio.

Aunque son innegables avances en este sentido, sobre todo en naciones con políticas de equidad social, no son pocas las voces que alertan la manipulación de este empeño por parte de las transnacionales con los OGM.

El mundo produce hoy más alimentos por habitantes que nunca, refieren los análisis de la FAO, por lo que la verdadera causa del hambre no es la escasez, sino su mal reparto.

Voces de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas (RAP-AL) aseguran que los transgénicos solo son un excelente negocio para las corporaciones de la alimentación.

Representantes de la RAP-AL especifican que el mercado para las variedades genéticamente modificadas alcanzó los 20 billones de dólares en el 2010.

Pero, mientras las corporaciones consolidan su poder, engrosan sus bolsillos y deciden cómo el mundo debe alimentarse, millones de campesinos son expulsados de sus tierras y no pocas naciones tienen en riesgo hoy su soberanía alimentaria.

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