La tragedia en que finalmente desembocó la relación soviética con el medioambiente tendió a oscurecer el enorme dinamismo de la temprana ecología soviética. ¿Por qué es importante recuperar su legado? Roberto-Andres
En 1992 el demógrafo Murray Feshbach y el periodista Alfred Friendly publicaron el libro Ecocidio en la URSS: Salud y naturaleza bajo asedio, un trabajo que, con información por primera vez accesible al periodismo occidental, aunque bajo la lupa ideológica del anticomunismo, desnudaba las paupérrimas condiciones ambientales y sanitarias en la por entonces recientemente disuelta Unión Soviética. En esta obra los norteamericanos postulaban que “la contaminación masiva ha sido una de las causas de defunción de la URSS”.
Según la investigación, para el momento de la disolución de la URSS (1991) más del 75 % del agua potable estaba intoxicada y el otro 25 se encontraba completamente sin tratamiento, la mitad de la tierra cultivable se encontraba erosionada, salinizada o anegada, un tercio de la población vivía en ciudades con aire que contenía cinco o más veces el límite legal de contaminantes, el 80 % de los hospitales rurales no tenía agua corriente y la mitad carecía de conexiones de alcantarillado. Ecocidio en la URSS se montaba sobre el espíritu de época como una crítica feroz al comunismo, identificado falsamente con el “socialismo real” de la URSS y la Europa del Este. Pero la obra también apuntaba en su crítica al ecologismo occidental, que reclamaba por aquel entonces la necesidad de una planificación centralizada de la economía con el fin de reducir y revertir los desastres ecológicos protagonizados por los países capitalistas.
Si bien es cierto que la burocracia soviética y los regímenes afines fueron responsables de gran parte de los peores desastres ecológicos del siglo XX, como la desecación del mar de Aral, el desastre nuclear de Chernobyl y el triángulo negro de la Europa del Este, en realidad en la joven Unión Soviética el ecologismo gozó de gran salud. Con las profundas transformaciones sociales que impuso la revolución bolchevique y la efervescencia política, artística y cultural de los años 1920 (que diera como fruto la genialidad de Vigotsky, Eisenstein, Shostakóvich, Maiacovsky o Esenin, entre otros), también resplandeció una generación de destacados exponentes del ecologismo, el naturalismo y el conservacionismo.
Vladimir Vernadsky, Aleksander Oparin, Nikolái Vavílov, Vladimir Sukachev, Vladimir Komarov, Yakov Uranovsky, Vladimir Stanchinsky, Alexander Chayanov e Iván Schmalhausen eran miembros de un movimiento que, bajo la protección de Vladimir Lenin, hicieron importantes contribuciones al conocimiento científico de la naturaleza y a la protección de las condiciones naturales de vida y producción (“El proletariado vive y produce en la biósfera”, dijeron). Aquí expondremos sobre el rol destacado que cumplieron en la historia del nuevo régimen revolucionario, al menos hasta la consolidación del estalinismo. Finalmente reflexionaremos sobre la importancia de recuperar este legado a cien años de la Revolución rusa, a propósito de la crisis ecológica global que atravesamos en el actual periodo histórico.
La ecología soviética en la década dorada de la URSS
El concepto de ecología había sido acuñado en 1866 por el darwinista alemán Ernst Haeckel, y si bien se le reconoce su origen como rama de la biología, específicamente de la zoología, para Haeckel la definición elemental de la ciencia de la ecología constituía desde hace tiempo “la esencia de lo que generalmente se denomina ‘historia natural’” (Historia natural de la Creación, 1868). Desde entonces, y en todo su proceso inicial de formación, la ecología fue un terreno en disputa de corrientes filosóficas idealistas y materialistas, con diversos enfoques científicos (Haeckel, Warming, Clemens, Schimper, Cowles).
Así fue como, a comienzos del siglo XX, mientras los modelos de ecología occidentales tendían aún a basarse en enfoques reduccionistas, lineales, con una orientación teleológica, la ecología soviética exploraba el desarrollo de modelos dialécticamente más complejos, dinámicos, holísticos y coevoutivos. Y es que el interés cultural soviético en la ciencia fue especialmente estimulado a gran escala por las teorías más amplias: el concepto de biósfera de Vernadsky y de biogeocenosis de Sukachev, que intentaban tratar con sistemas enteros; la ciencia del suelo de Vasili Williams que lo consideró un sistema vivo en coevolución con su vegetación y las prácticas agrícolas; la exploración del origen de la vida por parte de Oparin; el desarrollo pionero del análisis energético de comunidades ecológicas (y niveles tróficos) del zoólogo Vladimir Stanchinsky; la reinterpretación de la historia y la sociología de la ciencia en términos materialistas históricos por parte del físico Boris Hessen, que le dio fama mundial, etc. Así, en este marco, en la Unión Soviética de la década de 1920, la ecología (“la joven ciencia en desarrollo”, al decir Stanchinsky), era probablemente la más avanzada del mundo.
Vladimir Vernadsky alcanzó renombre internacional por su análisis sobre la biósfera y como fundador de la ciencia de la biogeoquímica. Desde 1912 fue miembro de la Academia Rusa de Ciencias, y en 1918 fue fundador, junto al biólogo evolutivo Iván Schmalhausen, de la Academia Ucraniana de Ciencias y su primer presidente. En respuesta a una solicitud hecha por él y por el mineralogista Aleksandr Fersman, el dirigente revolucionario Vladimir Lenin estableció en 1920, en el sur de los Urales, la primera reserva natural de la Unión Soviética, la primera del mundo que un gobierno dedicara exclusivamente al estudio científico de la naturaleza.
En 1926 Vernadsky publicó La Biósfera, obra en la que presentaba la vida como la fuerza geológica que da forma a la Tierra. En el prólogo a la edición francesa de 1928, Vernadsky señala: “El propósito de esta obra consiste en recabar la atención de los naturalistas, de los geólogos y en especial de los biólogos, sobre la relevancia del estudio cuantitativo de la vida en sus vínculos indisolubles con los fenómenos químicos del planeta”. Por haberle dado su contenido actual al concepto de biósfera es considerado uno de los fundadores de la ecología “global” y el padre de la visión moderna del sistema Tierra. Lynn Margulis, la influyente bióloga norteamericana y compañera de Carl Sagan, destaca en la introducción de la traducción inglesa de La Biósfera de 1998 (una traducción al español recién se conocería un año antes) que Vernadsky “fue la primera persona en toda la historia que se enfrentó con las reales implicaciones del hecho de que la Tierra es una esfera autónoma”.
Fue consecuencia de sus trabajos sobre la biósfera, con su enfoque holístico, que finalmente se hizo posible para la ciencia hallar una solución al problema del origen de la vida a partir de la materia inanimada (o inorgánica). Esto a través de las discusiones de científicos británicos y soviéticos, y que se materializó en lo que se pasó a conocer posteriormente como la tesis Oparin-Haldane.
Biólogo y bioquímico, Aleksander Oparin publicó en 1924 su estudio El origen de la vida en la Tierra, en donde expondría una teoría que revolucionaría todos los intentos previos sobre el tema. Según los marxistas británicos Ted Grant y Alan Wood, en Razón y revolución: Filosofía marxista y ciencia moderna, gracias al trabajo de Oparin “por primera vez se hacía una apreciación moderna del asunto, abriendo un nuevo capítulo en la comprensión de la vida. No fue casualidad que, como materialista y dialéctico, viese el tema de una manera original. Fue un comienzo audaz, en los inicios de la bioquímica y la biología molecular, apoyado en 1929 por la contribución independiente del biólogo británico John Haldane, también materialista”.
Para el escritor norteamericano Isaac Asimov, según lo señalado en su Nueva guía para la ciencia, en el trabajo hecho por Oparin “los problemas del origen de la vida se trataban por primera vez en detalle desde un punto de vista completamente materialista. Ya que la Unión Soviética no estaba inhibida por los escrúpulos religiosos a los que las naciones occidentales se sentían ligadas, esto quizás no es sorprendente”. Oparin siempre reconoció la deuda que tenía con Engels y no hizo ningún secreto de su postura filosófica. En El origen de la vida en la Tierra (1924), el soviético señaló que “ya a finales del siglo pasado, Federico Engels indicó que un estudio de la historia del desarrollo de la materia es lejos el enfoque más prometedor para encontrar una solución al problema del origen de la vida. Estas ideas de Engels, sin embargo, no se reflejaron suficientemente en el pensamiento científico de su tiempo”.
En 1927 el director del Instituto Marx-Engels de la URSS, David Riazanov, publicó la obra inédita e incompleta de Federico Engels La Dialéctica de la Naturaleza. El manuscrito, redactado entre 1872 y 1882, fue conservado por Eduard Bernstein tras la muerte de Engels en 1895, sometido a la consideración de Albert Einstein en 1924 y finalmente entregado a Riazanov para su publicación. En esta obra Engels redacta uno de los pasajes más brillantes y reivindicados por los marxistas abocados a la crisis ecológica posterior: “No nos dejemos llevar por el entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre un pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas de manera juiciosa”.
En Marx y Engels sobre biología (1933), el botánico Vladimir Komarov, quien posteriormente sería presidente de la Academia Rusa de Ciencias, citaba ampliamente el largo pasaje de Engels y observó: “El propietario privado o patrón, por necesario que pueda ser hacer que los cambios que se introducen en el mundo cumplan con las leyes de la naturaleza, no puede hacerlo, ya que su finalidad es el beneficio y nada más que el beneficio. Al crear crisis tras crisis en la industria, asola la riqueza natural de la agricultura dejando tras de sí un suelo estéril, y rocas desnudas y laderas pedregosas en las zonas montañosas”. Komarov fue el editor principal de la Flora de la Unión Soviética, una obra con ilustraciones y descripciones botánicas que consta de treinta volúmenes que fueron editados entre los años 1934 y 1964.
Por su parte, el biólogo, filósofo e historiador de la ciencia Yakov Marcovich Uranovsky, en Marxismo y ciencias naturales (1933), se sumerge en las investigaciones hechas por Marx sobre los planteamientos del químico agrícola alemán Justus Von Liebig para explicar la pérdida de fertilidad del suelo. Además, polemiza con la influencia de Kautsky, para quien “el marxismo no tiene relación con la filosofía, la filosofía no tiene relación con la política del partido y, finalmente, la ciencia natural no tiene relación ni con el marxismo ni con la política ni con la filosofía del partido”. De esta forma, según Kautsky, el marxismo no es más que una “concepción especial” de la sociedad. Para Uranovsky, que en 1931 asumiera como secretario científico de la Comisión de Historia del Conocimiento de la Academia de Ciencias de la URSS, era necesario volver a explicar el papel de las ciencias naturales en la formación de las ideas de Marx y la relación general entre el marxismo y las ciencias naturales, lo que según él “mostrará una vez más de forma convincente cómo los seudomarxistas castran el rico contenido de las ideas de Marx, distorsionan y contraen sus fundamentos, y desarman ideológicamente al proletariado en su lucha por el comunismo”.
Y tal como ocurriera con Komarov, para Uranovsky la obra de Engels cumplía un rol determinante: “Solo a partir de las obras de Engels sería posible mostrar la relación interna de las diferentes partes consistentes del marxismo con la ciencia de la naturaleza. La Dialéctica de la Naturaleza es el intento más altruista de aplicar el método y las perspectivas de Marx a los datos de la ciencia natural. Es un intento que está muy por delante de todo lo que se hizo en esta esfera por la filosofía natural alemana y por Hegel, ya que la condición de las fuerzas productivas y las ciencias naturales en el siglo XIX supera el siglo de la Revolución francesa”.
Tanto el texto de Komarov como el de Uranovsky fueron publicados por primera vez en Rusia en 1933 en un extenso simposio para conmemorar el 50° aniversario de la muerte de Karl Marx. Junto a las exposiciones de otros autores fueron compilados bajo el título de Marxismo y pensamiento moderno. Aquí los autores se inclinan por la opinión de que la tendencia general del pensamiento moderno es abandonar el método histórico y negar el progreso, con la conclusión de que el marxismo es la única perspectiva histórica y progresiva en ciencia, filosofía e historia en el período posterior al Primera Guerra Mundial.Marxismo y pensamiento moderno contó con una introducción deNikolai Bujarín, quien, siguiendo a Vernadsky, hizo hincapié en la relación humana con la biósfera y el intercambio dialéctico entre la humanidad y la naturaleza. Incluso, llegó a plantear en su famosoMaterialismo Histórico (1923) que “nada podría ser más incorrecto que la consideración de la naturaleza desde el punto de vista teleológico: el hombre, Señor de la Creación, con la naturaleza creada para su uso y todas las cosas adaptadas a sus necesidades”. Los otros autores que participaron del simposio y posterior publicación fueron el especialista en historia antigua Alexander Tiumenev, el filósofo Abraham Deborin y el genetista Nicolai Vavilov.
Nicolai Vavilov fue un especialista en genética vegetal, quien presidió la Academia de Agricultura Lenin y que con apoyo del Estado soviético aplicó el método materialista a la cuestión de los orígenes de la agricultura. Fue Vavilov quien estableció que existían una serie de centros geográficos de gran diversidad genética de plantas, los más ricos bancos de germoplasma, base de todos los cultivos humanos: “Los fundamentales centros de origen de plantas cultivadas desempeñan con frecuencia el papel de acumuladores de una sorprendente diversidad de variedades”, había dicho. Estos “reservorios” genéticos estarían situados específicamente en las regiones montañosas tropicales y subtropicales de países tales como México, Perú, Etiopía, Turquía y el Tíbet. Para Vavilov, que adoptó una perspectiva dialéctica, coevolucionista, estos centros de diversidad genética vegetal eran el producto de la cultura humana, a partir de los cuales tuvieron su origen todos los principales cultivos, y en los que se encuentran las más ricas reservas genéticas, producto de milenios de cultivos.
En 1931 participa junto a Boris Hessen y Nikolai Bujarín de la Segunda Conferencia Internacional de Historia de la Ciencia y la Tecnología, celebrada en Londres. Aquí, las exposiciones de la delegación soviética tendrían una importancia crucial en la formación de las opiniones de los científicos de izquierda británicos J. D. Bernal y J. Needham.
Aleksandr Vasílievich Chayánov fue el más destacado economista agrario de la Rusia revolucionaria. Socialista independiente y más alejado del marxismo (por su ascendencia narodniki) aunque firmemente comprometido con las tareas de la joven Unión Soviética, Chayanov se desempeñó como director del Instituto de Investigación Científica de la Economía Agrícola, desde donde asesoró al Comisario para la Agricultura de la URSS. Sus investigaciones se convirtieron en un punto de referencia obligado para el análisis de las cuestiones agrarias, abarcando la contabilidad y administración de las explotaciones agropecuarias y la administración de aguas y recursos naturales.
Era el heredero de una larga e interesante tradición rusa de elaboración analítica sobre el cooperativismo campesino, que tenía sus orígenes en los debates entre Karl Marx y Vera Zasulich sobre el destino de las comunidades rurales rusas y la posibilidad de saltar etapas en el desarrollo social evitando la etapa capitalista. Chayánov tuvo el mérito de haber problematizado sobre las complejas relaciones de la economía campesina rusa y haber dado una respuesta original al asunto. Para él, la colectivización cooperativa representaba el mejor y tal vez el único modo posible de introducir en la atrasadísima economía campesina “elementos de una economía a gran escala, de industrialización y de planificación estatal”. Su libro de 1919 Las ideas y las formas básicas de la cooperación campesina fue estudiado a fondo por Lenin quien lo utilizó en gran medida para su texto de 1923 Sobre la cooperación.
Vladimir Sukachev fue un geobotánico ruso miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, que desde 1919 dirigió el departamento de dendrología y sistemática vegetal del Instituto Forestal de Leningrado. Sukachev es conocido por su concepto de biogeocenosis, que surgió (y tuvo una conexión integral) con las nociones de Vernadsky sobre la biósfera y los ciclos biogeoquímicos. El término original (biocenosis, o comunidad biológica) fue acuñado en 1877 por el ecólogo alemán Karl Möbius, para designar a una comunidad de especies que viven integradas e interrelacionadas. Sukachev le da un contenido mucho más amplio incorporando el entorno abiótico. Así, el concepto biogeocenosis es utilizado para describir la suma total de los nichos ecológicos (plantas y animales) con su ambiente. Fue concebido en términos dialéctico-energéticos como una categoría más unificada y dinámica que la noción occidental de “ecosistema”, enfatizando en los procesos ecológicos la dinámica interna, los cambios contradictorios y la inestabilidad.
Según Sukachev en su obra posterior de 1964 Fundamentos de la biogeocenología forestal: “La idea de la interacción de todos los fenómenos naturales es una de las premisas básicas de la dialéctica materialista, bien probada por los fundadores de esta última, Karl Marx y Federico Engels”.
El biólogo y zoólogo Vladimir Stanchinsky fue pionero en el desarrollo del análisis energético de comunidades ecológicas, y promotor y defensor líder de los santuarios naturales conocidos como zapovednik. También fue fundador de la Universidad Estatal de Smolensk y director de su departamento de zoología, en donde su investigación se centró en los mecanismos de especiación, esperando unir los datos de la genética con los de la ecología y sistemática. A partir de 1927 se centra en el problema de la naturaleza de la comunidad biológica. En su concepción, los organismos que formaban la comunidad eran dinámicos, se encontraban en constante cambio y estaban vinculados entre sí a través del intercambio de material y energía (lo que incluía su reciclado), una idea inspirada en los descubrimientos de Vernadsky. En 1929, ejerce en la Universidad de Kakhovka, Ucrania, cerca de Askania Nova, la importante reserva natural y centro de experimentación agrícola, en donde ejerce como subdirector de la parte científica de la reserva y en donde, por primera vez en el país, se llevaron a cabo estudios biocenológicos y ecológicos.
Para 1929 Stanchinsky estaba en la cima de su carrera. No era solo la cabeza de la Facultad de Zoología de Vertebrados en la Universidad Estatal de Kharkov, sino también fundador del Instituto Científico Zoológico-Biológico de la universidad, y encabezó su división de ecología. En 1931 asume como editor de la Revista de Ecología y Biocenología (Zhurnal ekologii i biotsenologii), la primera revista científica soviética dedicada a la ecología. Stanchinsky adoptó un enfoque novedoso para la ecología. Pensó que la cantidad de materia viva en la biósfera dependía directamente de la cantidad de energía solar que transforman las plantas autótrofas, la “base económica del mundo viviente”. Invocó, por lo tanto, la Segunda Ley de la Termodinámica para explicar las variaciones en la masa entre la flora y la fauna en la parte superior, media e inferior de la biósfera, viendo que la energía se perdía en la medida de que cada peldaño era escalado, ya que cada vez se necesitaba más trabajo para conseguir alimento.
Iván Schmalhausen fue un morfólogo y embriólogo ucraniano defensor de la integración de la biología del desarrollo en la teoría evolutiva, siendo considerado uno de los predecesores principales de la moderna evo-devo (biología evolutiva del desarrollo). Desarrolló la teoría de la selección estabilizadora, y fue una de las figuras centrales en el desarrollo de la síntesis evolutiva moderna. También es recordado, entre otras cosas, por la ley de Schmalhausen, que establece que una población viviendo en condiciones inusuales o estresantes, es vulnerable a pequeñas diferencias en las condiciones ambientales o a la aparición de variantes genéticas. Esta ley, por ejemplo, tiene aplicación en el efecto de sustancias tóxicas en la salud de la población.
Schmalhausen también acuñó conceptos como los de canalización y asimilación genética. De 1920 a 1930 fue jefe del Departamento de Zoología de Vertebrados en la Universidad de Kiev, Ucrania. De 1930 a 1941 Schmalhausen fue director del Instituto de Zoología en Kiev, y paralelamente, entre 1936 y 1948 director del Instituto de Morfología Evolutiva en Moscú. En 1938 publicó El organismo como un todo en su desarrollo individual e histórico, una de sus obras más conocidas junto a Factores de la evolución y Los problemas del Darwinismo, ambos de 1946.
Caída del joven ecologismo soviético
Todas estas aportaciones a la ecología fueron producto de la primera época soviética y de las formas de pensar dialécticas, revolucionarias, que esta engendró. La tragedia en que finalmente desembocó la relación soviética con el medioambiente, que acabó adoptando la forma que se ha caracterizado como “ecocidio” (Feshbach y Friendly) ha tendido a oscurecer el enorme dinamismo de la temprana ecología soviética de la década de 1920 y el papel que Lenin personalmente desempeñó en la promoción de la conservación.
En efecto, el movimiento conservacionista soviético prosperó en la primera década de la Revolución rusa bajo la protección de Lenin. Según el historiador norteamericano Douglas Weiner en Modelos de la naturaleza: ecología, conservación y revolución cultural en la Rusia soviética (1988), a Lenin se le vió conmovido tras leer Los Pantanos: su formación, desarrollo y propiedades (1914), de Vladimir Sukachev. Weiner señala: “Mientras se sabe que Lenin exclamó su asombro a [Marguerite] Fofanova al saber, por este libro, cuánto de Rusia estaba bajo pantanos y que se entusiasmó con la perspectiva de una fuente tan grande de combustible barato para la electrificación, podríamos especular que Lenin también se vio afectado por el espíritu ecológico holístico del texto pionero de Sukachev en ecología comunitaria”.
El sociólogo marxista norteamericano John Bellamy Foster señala en su obra La Ecología de Marx: Materialismo y naturaleza (2000), que “en sus escritos y en sus pronunciamientos políticos, Lenin insistía en que el trabajo humano no podía sustituir sin más a las fuerzas de la naturaleza, en que era esencial la ‘explotación racional del medioambiente’ o la gestión científica de los recursos naturales de acuerdo con los principios de la conservación, y en su calidad de líder del joven Estado soviético argumentó en favor de ‘la preservación de los monumentos de la naturaleza’”.
Enormes pasos se dieron en este sentido en la Unión Soviética de los primeros años. La responsabilidad de la conservación quedó bajo la dirección del Comisariado del Pueblo de Educación, con el mecenazgo de Anatoli Lunacharsky y Pyotr Smidovich, un veterano bolchevique bielorruso que se convirtió rápidamente en la figura central de las políticas conservacionistas. En 1924 el activismo da un salto y surge la Sociedad para la Conservación de la Naturaleza de toda Rusia (VOOP) que en 1928 lanza con mucho éxito su revista bimensual Okhrana Prirody(Protección de la Naturaleza), y comienza una campaña de propaganda en las fábricas, en el Ejército Rojo, los clubes de trabajadores, entre los Jóvenes Pioneros y los campesinos.
En septiembre de 1929 se realiza el primer Congreso por la Conservación de la Naturaleza de toda Rusia, bendecido por Smidovich (en representación del Gobierno), al declarar que “el Poder Soviético no puede sino esforzarse por crear condiciones favorables para el desarrollo de la causa conservacionista”. Además, el Comisariado de Educación y los conservacionistas establecieron las célebres reservas ecológicas conocidas como zapovednik (santuarios), de naturaleza relativamente primigenia, destinadas a la investigación científica, y que para 1933 llegaron a ser treinta y tres, abarcando en total unos 2,7 millones de hectáreas.
Según lo recabado por Weiner y Foster, Lenin había abrazado fuertemente los valores ecológicos, en parte bajo la influencia de Marx y Engels, y estaba profundamente preocupado por la conservación. Pero con su prematura muerte en 1924, el estancamiento de la revolución internacional, el aislamiento de Rusia (y el subsiguiente triunfo del estalinismo) y el giro de 1928 hacia la industrialización acelerada y la colectivización forzosa, se desató un conflicto profundo en el cual los conservacionistas fueron objeto de crecientes ataques y tachados de “burgueses”, algo promocionado además por la orientación ultraizquierdista del “tercer periodo” del estalinismo. Muchos de sus miembros, como Vernadsky, Vavilov, Shmalgauzen, entre otros, provenían efectivamente de familias acomodadas de la era prerrevolucionaria y se habían formado académicamente en las instituciones elitistas del régimen zarista. Sin embargo, su espíritu progresista los había hecho ver con muy buenos ojos la Revolución de Febrero, aunque con relativa desconfianza la de Octubre (salvo casos como el de Vavilov, firmemente comprometido con la revolución obrera). Tras la insurrección bolchevique gran parte se había mantenido con posiciones políticas independientes, enfocados en las tareas del nuevo régimen soviético y su contribución en el área de las ciencias y la conservación.
Delegados del Primer Congreso por la Conservación de la Naturaleza de Toda Rusia (1929). |
Pero con el primer Plan Quinquenal, basado en la explotación acelerada de los ricos suministros de energía, minerales y otras materias primas del país y en su gran fuente de trabajo, que significó un giro de 180° con respecto a la política económica de los últimos siete años, y sobre la base de la resistencia del campesinado a la colectivización forzosa, los conservacionistas pasaron a ser vistos como “enemigos de la revolución”. En un intento por parte del estalinismo de “transformar la naturaleza” con fines productivistas, en 1927 había surgido en la biología soviética la cuestión del uso de los zapovednik para investigar la “aclimatación” de especies, es decir, la eliminación de animales y plantas silvestres de su hábitat original reubicándolos. Sukachev y Stanchinsky se opusieron tajantemente a esta orientación argumentando que estas reservas ecológicas deberían permanecer inviolables, lo que lleva a Stanchinsky a entrar directamente en conflicto con el estalinista Trofim Lysenko y su principal aliado Issak Izrailovich Prezent, quien más tarde lideró la destrucción de la genética en la Unión Soviética.
Para empeorar todavía más las cosas, el ascenso de Lysenko a la condición de árbitro de la ciencia biológica significó que se lanzaran ataques “científicos” contra la ecología, la genética, los geobotánicos y los conservacionistas. El ataque fue iniciado por Prezent, quien en 1930, en el cuarto Congreso de la Unión de Zoología, cuestionara la charla teórica de Stanchinsky sobre dinámica trófica poniendo en duda incluso la validez de la ecología como ciencia, para plantear posteriormente junto a Lysenko que su trabajo no tenía “ningún valor práctico”. Pero en 1931 Stanchinsky asume como editor de la Revista Ecología y biocenología y comienza a desarrollar argumentos científicos en contra de la aclimatación.
Es irónico que en el momento en que la ecología soviética estaba haciendo grandes avances, formando un nuevo enfoque para las comunidades biológicas, comenzó a ser atacada por los políticos y científicos estalinistas, un grupo que decía representar a la generación criada y educada desde la revolución de 1917, pero que adolecía de un enfoque utilitarista de la relación con la naturaleza, y que se oponía a cualquier ciencia que indicara que la naturaleza pudiese tener propiedades que limitaran la manipulación humana sobre ella. De esta forma, los conservacionistas comenzaron a ser vistos como un grupo que de alguna manera se dedicaba a obstaculizar el proceso de construcción del socialismo por su compromiso con “la protección de la naturaleza por el bien de la naturaleza en sí”.
Okhrana Prirody (Protección de la Naturaleza), revista de la Sociedad por la Conservación de la Naturaleza de Toda Rusia, con imágenes de V. Lenin y F. Engels en su portada (1930). |
A comienzos de 1930 Protección de la Naturaleza asumió una posición más arriesgada y apuntó directamente contra la industrialización acelerada y la colectivización forzosa. Hizo sonar la alarma con valentía sobre los peligros ecológicos de la colectivización a gran escala, a través de una columna de A. Teodorovich, quien amenazó: “Desde un extremo a otro de nuestra Unión, un incesante grito de guerra está sonando contra el Plan [Quinquenal] y su aumento de la cosecha en un 35 %”, y agregó: “Sin embargo, sin conservación, sin uso racional de los recursos naturales, no se podrá hablar de aumentar la cosecha”. Y para darle más solidez a sus advertencias sobre “la destrucción del equilibrio en los reinos animal, vegetal y mineral”, invocó las palabras de Federico Engels de Dialéctica de la Naturaleza sobre el verdadero significado del concepto de dominación de la naturaleza. Pero el peso del aparato estalinista comenzó a hacerse sentir también al interior de la Sociedad para la Conservación de la Naturaleza. Exactamente un año después de la denuncia de Teodorovich, la revista cambió su nombre a Naturaleza y economía socialista, y ahora aparecía, como organismo responsable de su publicación, una Sociedad para la Conservación y la Promoción del Crecimiento de los Recursos Naturales.
La represión física tampoco se hizo esperar. Chayánov fue arrestado por primera vez en 1930 y procesado bajo la acusación de pertenecer a un supuesto Partido de los Campesinos y Obreros (que sólo existía literariamente en su novela Eutopía de 1920). En 1932 volvió a ser detenido, esta vez juzgado en secreto y condenado a cinco años de trabajos forzados en Kazajistán. El 3 de octubre de 1937 fue detenido de nuevo e inmediatamente ejecutado en secreto. En febrero de 1934 Stanchinsky fue arrestado, torturado y condenado a 5 años de trabajos forzados. En 1940 sería nuevamente arrestado, acusado de espionaje y agitación antisoviética. Tras ser condenado a otros 8 años de trabajos forzados, moriría en 1942 de miocarditis en la cárcel de Vologoda siendo su lugar de entierro desconocido.
Según comentan los biólogos marxistas norteamericanos Richard Levins y Richard Lewontin en El biólogo dialéctico (1985): “El episodio más notorio fue el arresto de Nicolai Vavilov en agosto de 1940. Vavilov, pionero en genética de plantas y en la evolución de las plantas de cultivos, fue capturado durante un viaje de campo en el oeste de Ucrania acusado de actividades de destrucción. Los cargos incluían la pertenencia a una conspiración derechista, espiar para Inglaterra, liderar el partido campesino, saboteos en la agricultura y vínculos con emigrantes antisoviéticos. Fue sentenciado a muerte por la corte militar, y a pesar de que luego la condena fue reducida a diez años de prisión, Vavilov murió [de desnutrición] en la cárcel en 1943”, para luego ser arrojado a una tumba sin nombre. Estrechamente ligados a Vavilov, fueron purgados Hessen y Bujarín.
El 22 de agosto de 1936 el físico Boris Hessen fue arrestado y acusado de “trotskista”. Enjuiciado en secreto por un tribunal militar fue encontrado culpable el 20 de diciembre de 1936 y ejecutado el mismo día. Bujarín, luego de pasar trece meses en la cárcel, fue condenado a muerte el 13 de marzo y ejecutado al día siguiente. Por su parte, Uranovsky había sido identificado por Prezent como “seguidor de la línea de demolición en el campo de la política científica”. En 1936, bajo la falsa acusación de terrorismo contrarrevolucionario y espionaje fue arrestado y ejecutado. De los seis autores de Marxismo y pensamiento moderno tres serían purgados. Riazanov sería arrestado en febrero de 1931, y luego de vivir en la miseria a orillas del río Volga por unos años, volvería a ser arrestado en julio de 1937 bajo la acusación de formar parte de una célula trotskista terrorista, siendo juzgado y condenado a muerte el 21 de enero de 1938. Por su parte, Smidovich moriría el 16 de abril de 1935 en Moscú bajo circunstancias sospechosas, luego de un enfrentamiento con el Comisariado de Economía por el control de los zapovednik.
Como resultado, la URSS en este período perdió a muchos de sus pensadores ecológicos más creativos. Algunos, como Schmalgauzen y Sukachev, resistieron temerariamente la tormenta lysenkoista (para sembrar un nuevo movimiento a fines de los años 1960). Otros, como Oparin, Komarov y Williams, optaron por la subordinación. Incluso este último pasó a ser un activo colaborador de Lysenko. Si en 1924 se había creado la Sociedad para la Conservación de la Naturaleza con solo mil miembros, alcanzando para el año 1932 los 15 mil, para 1940 la membresía había disminuido abruptamente a solo 2500, y su publicación Protección de la Naturaleza dejaría de salir al año siguiente. Para entonces, el movimiento conservacionista soviético ya estaba practicamente aniquilado.
Ecocidio en la URSS
Según Foster, la ironía en la que culminó este proceso fue que los factores ecológicos acabaron por desempeñar un papel principal en el declive del crecimiento económico soviético y en la aparición del estancamiento en la década de 1970. En su obra Planeta vulnerable: Una breve historia económica del medioambiente, Foster recupera lo indicado por el asesor económico de Gorbachov, Abel Aganbegyan (Harry Magdoff, Perestroika and the Future of Socialism). Sintetizando, Foster nos indica: “La Unión Soviética fue particularmente derrochadora en el uso de sus insumos materiales. Con una producción industrial total mucho más pequeña que la de los Estados Unidos, sus industrias produjeron dos veces más acero y consumió un 10 % más de electricidad. Peor aún, a pesar de un menor nivel de producción agrícola, su agricultura usó aproximadamente un 80 % más de fertilizantes minerales. En lugar de gastar una proporción cada vez mayor de su inversión de capital en reemplazar las viejas y desgastadas plantas y maquinarias (como la avanzada economía capitalista hizo), la Unión Soviética dedicó la mayor parte de su inversión para ampliar la capacidad productiva, reemplazando solo alrededor del 2 % de sus plantas y equipos cada año. El resultado fue una ineficiencia creciente en la producción. Construido en este modelo de desarrollo, además, había una devoción a la industria pesada como la clave del rápido crecimiento económico”.
Restos de un carguero abandonado en el lecho descubierto del extinto Mar de Aral, entre Kazajistán y Uzbekistán. |
En 1990, Alexei Yablokov, un distinguido biólogo que fue el crítico ambiental más respetado en el parlamento soviético durante el período de Gorbachov y que luego se convirtió en asesor ambiental de Boris Yeltsin, citó dos casos para indicar el desastroso efecto contaminante del modelo económico soviético sobre la salud de la población rusa: “En los Urales, en la ciudad de Karabash (región de Chelyabinsk), donde las perjudiciales emisiones de las chimeneas del centro de fundición de cobre alcanzan las nueve toneladas per cápita por año, la mitad de los jóvenes no puede realizar el servicio militar obligatorio porque el estado de su salud se lo impide. En el distrito de Krasnodar, al norte del Cáucaso, hay áreas arroceras donde el uso intensivo de pesticidas ha tenido tal efecto en la salud que ni un solo joven podría ser aceptado para el servicio militar. En algunas aldeas agrícolas del distrito el cáncer es la única causa de muerte”.
El mar de Aral tuvo anteriormente unos 68.000 km2 de superficie. Esta, hoy se encuentra reducida a solo el 10 %. |
La agricultura soviética se había vuelto fuertemente petrodependiente. A principios de los años ochenta, el tonelaje de agroquímicos aumentó. Para 1987, según Yablokov, “el 30 % de todos los alimentos, aproximadamente, contenía una concentración de pesticidas peligroso para la salud humana”. La producción de algodón en el Asia Central (que dependía en gran medida de la aplicación intensiva de pesticidas y herbicidas, y del riego), contaminó y secó los ríos que conducían al mar de Aral, por entonces uno de los cuatro lagos más grandes del mundo, con 68.000 km² (hoy posee menos del 10 % de su tamaño original): “A medida que su volumen se redujo por dos tercios, las tormentas llevaron las sales tóxicas de su lecho expuesto a campos fértiles ubicados a más de mil millas de distancia. Tanto ha sido la contaminación vertida de desechos químicos en el suministro de agua potable que las madres en la región de Aral no pueden amamantar a sus bebés sin correr el riesgo de envenenarlos”.
La ciudad de Prípiat debió ser abandonada tras la catástrofe nuclear de Chernobyl. |
Lo peor de todo fue el nivel de contaminación radiactiva del ambiente. La catástrofe nuclear de abril de 1986 en Chernobyl arrojó 500 veces más material radioactivo a la atmósfera que el bombardeo de Hiroshima, y su ciudad, Prípiat, debió ser completamente evacuada, siendo sus animales, tanto doméstico como salvajes, sacrificados. Por otra parte, en abril de 1993 un informe de 46 expertos bajo la dirección de Yablokov reveló que la Unión Soviética había tirado 2.5 millones curies de desechos radiactivos en el océano. “Pusimos 17 reactores nucleares de submarinos en el fondo del mar “, informó Yablokov. “Siete de ellos todavía contenían combustible”.
Otros elementos se sumaban al lamentable diagnóstico: el modelo de desarrollo llevó al descuido de la conservación del suelo. La pérdida de preciosa tierra vegetal, debido a las fuerzas del viento y el agua, atacó a unos 135 millones de acres de tierras agrícolas soviéticas entre 1975 y 1990. Las emisiones de dióxido de azufre por unidad del Producto Nacional Bruto (PBN) en 1988 fueron 2,5 veces mayores que las de los Estados Unidos.
En la RDA, Checoslovaquia y Polonia, el triángulo negro de la Europa del Este, las cosas iban también muy mal, con los niveles más altos de contaminación industrial en Europa. Según lo recogido por Brown, Lester y Russell en el Informe anual del Worldwatch Institute sobre progreso hacia una sociedad sostenible de 1992, en la región conformada por la Alemania Oriental, el norte de Bohemia y la alta Silesia (particularmente en torno a los pueblos de Most en Checoslovaquia y Katowice en Polonia), residía una gran concentración de industrias siderúrgicas, metalúrgicas y plantas químicas que utilizaban carbón de baja calidad (lo que generaba grandes cantidades de impurezas y contaminantes). En donde hasta el Gobierno de Checoslovaquia debió admitir que la zona de los alrededores de Praga era “zona catastrófica”. En Most se registraron emisiones de dióxido sulfúrico veinte veces superiores al nivel máximo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y los escolares tenían que usar mascarillas portátiles.
EI gobierno polaco por su parte describió a la alta Silesia como una “zona de desastre medioambiental”, donde los niveles de dióxido sulfúrico de la atmósfera eran varias veces superiores a los niveles de seguridad oficiales. En lo que respecta a Cracovia cada año caían de la atmósfera 170 toneladas de plomo, 7 toneladas de cadmio, 470 toneladas de zinc y 18 toneladas de hierro. Durante más de un tercio de los días del año había niebla, casi dos tercios de los alimentos producidos en la zona estaban contaminados y no eran apropiados para el consumo humano, y el 70 % del agua no se podía beber. Un tercio de los ríos estaba absolutamente desprovisto de vida, el Vístula era inapropiado hasta para uso industrial a lo largo de más de dos tercios de su curso porque era demasiado corrosivo, y en la costa del Báltico una zona de más de 100.000 kilómetros cuadrados estaba biológicamente muerta debido a los productos tóxicos que los ríos vertían en él.
En los últimos años de la URSS surgió un vasto nuevo movimiento ecologista que se propuso abordar algunos de los peores aspectos del desarrollo soviético. Sin embargo, el declive social, económico y ecológico de la sociedad soviética fue tan severo, que el Gobierno ya no estaba en condiciones de llevar a cabo ninguna reforma progresiva. Por el contrario, preparaba el camino para la restauración del capitalismo. En el momento de las revoluciones en Europa del Este en 1989, los movimientos en alza fueron capitalizados políticamente por fuerzas restauracionistas, incluyendo fracciones de la propia burocracia del Estado. El colapso era inminente. El 9 de noviembre de 1989 caería el Muro de Berlín y el 25 de diciembre de 1991 finalmente la URSS anunciaría su disolución oficial.
Ecología, socialismo y revolución
Pero en el mismo momento en que la caída del Muro de Berlín anunciaba una ofensiva colosal del capitalismo contra el trabajo y la naturaleza (las dos fuentes de donde mana toda riqueza social), otro fenómeno de vital importancia ocurría. En la década de 1980 un número creciente de científicos se preocupó de que la actividad humana afectara, más que los entornos locales y los ecosistemas específicos, al mundo en su conjunto. Estas preocupaciones llevaron al lanzamiento del programa de cooperación científica internacional más grande y complejo jamás emprendido: el Programa Internacional Geósfera-Biósfera (IGBP), que coordinó los esfuerzos de miles de científicos de todo el mundo desde 1990 hasta 2015. Mientras el marxismo vivía la peor crisis de toda su historia y los revolucionarios veían cómo sus fuerzas se debilitaban en la resistencia contra el neoliberalismo y la ideología triunfalista del capitalismo (con sus teorías del fin del trabajo y del fin de la historia), los científicos naturales agrupados en el IGBP produjeron un gran avance en la comprensión científica del sistema Tierra.
Esto llevó a la inquietante confirmación de que la actividad humana, que en realidad no es más que un eufemismo para referirse a la economía capitalista (y los aspectos regresivos de la economía de transición de la URSS) no solo estaba perturbando el sistema Tierra, sino que lo hacía de una forma más profunda y extendida de lo que nadie hubiera imaginado. En el año 2000, en una reunión del IGBP para revisar su primera década de investigación, el químico ganador del Premio Nobel Paul Crutzen argumentó convincentemente que ya habían desaparecido las características determinantes del Holoceno, el breve periodo geológico de los últimos diez mil años que posibilitó el surgimiento y desarrollo de la civilización humana. El periodo geológico previo, el Pleistoceno, se caracterizaba por una temperatura promedio global de la Tierra de seis grados más abajo que en la actualidad. Era la famosa era del hielo que contó con más de dos millones de años. Pero el Holoceno, caracterizado por un clima relativamente estable y cálido, permitió la aparición de la agricultura y, con ella, de la cultura. Ahora, según Crutzen, la Tierra había entrado en una nueva época, oscura e incierta, marcada por la “actividad humana”, el Antropoceno. Oscura e incierta, porque tal como dice Johan Rockström, del Centro de Resiliencia de Estocolmo, las condiciones del Holoceno han sido las únicas que sabemos con certeza son compatibles con las sociedades humanas complejas.
¿Cómo se explica esto? El capital se había convertido en una fuerza social de alcance geológico. Su economía (y también en parte los aspectos regresivos de la economía de transición de la URSS) llevó a la interrupción de un complejo ciclo natural que tardó millones de años en evolucionar y estabilizarse, “una fractura irreparable en el proceso interdependiente entre el metabolismo social y el natural prescrito por las leyes naturales”, como describiera Marx en el Capital. Esa perturbación, que se ha globalizado luego de un siglo respecto al momento de aparición del Capital, está cambiando rápidamente el estado del planeta. Por ejemplo, durante al menos 800 mil años la concentración de dióxido de carbono atmosférico (que retiene parte del calor recibido del Sol) ha variado dentro de un rango estrictamente limitado: nunca más bajo que 180 partículas por millón (ppm) en tiempos fríos, nunca más de 300 ppm en tiempos cálidos.
De esta forma, el CO2 ha circulado entre la atmósfera y los océanos durante largos periodos de tiempo, manteniendo las temperaturas de la Tierra dentro de límites sorprendentemente bien definidos. Pero ahora, tras décadas de una irracional explotación de los hidrocarburos, la concentración de CO2 atmosférico ha ido en aumento. Según los registros recogidos por la NASA, el NOAA y otros organismos, podemos concluir que la superación de los 320 ppm se corresponde con el Boom de posguerra (o gran Aceleración), la superación de los 360 ppm con la caída del Muro de Berlín y hoy, en los límites de la Restauración burguesa, hemos superado los 400 ppm; y sigue creciendo rápidamente. Esto es lo que está llevando a una concentración cada vez mayor del calor que recibimos del Sol, y en consecuencia a un aumento de la temperatura promedio global de la Tierra que, según algunas agencias como Global Carbon Project y Copenhague Diagnosis, podría llegar a elevarse hasta los 6 o 7 °C para el 2100, por encima de la temperatura que el planeta conoció en el siglo XX, lo que implicaría una casi segura extinción de nuestra especie.
A este panorama se suman otras perturbaciones de los ciclos naturales, resumidas en el estudio Límites planetarios: guiar el desarrollo humano en un planeta cambiante (2015), de Johan Rockström, Will Steffen y otros científicos: la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, la perturbación de los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo, la depleción del ozono estratosférico, la crisis en el ciclo hidrológico mundial, la contaminación química con sustancias tóxicas, los cambios en los patrones de uso de la tierra y en el uso de aerosoles atmosféricos. Algunos de estos límites ecológicos del planeta han sido traspasados, otros aun no y otros más aun no han sido cuantificados. Como Crutzen y el químico Will Steffen señalaron: “El sistema Tierra se ha movido recientemente fuera del rango de variabilidad natural exhibido durante al menos el último medio millón de años. La naturaleza de los cambios que se producen simultáneamente en el sistema Tierra, sus magnitudes y las tasas de cambio, no tienen precedentes y son insostenibles”.
Los límites ecológicos del planeta. Fuente: Centro de Resiliencia de Estocolmo. |
La humanidad atraviesa actualmente una crisis sin precedentes. Después de la política y de la económica (que comenzó con la caída del Leman Brothers en 2007), la tercera dimensión de esta crisis es evidentemente ecológica: la continua tendencia hacia la descomposición de las condiciones naturales de producción de la humanidad. Es donde más claramente se manifiesta el carácter inédito del periodo histórico que atravesamos. Desde hace siglos el capitalismo ha prosperado mediante la explotación de una naturaleza gratuita o barata, ya sea como fuente “inagotable” de recursos (convertidos en mercancías), ya sea como repositorio de desperdicios y subproductos de la actividad económica (las famosas “externalidades negativas” de la acumulación capitalista). Sin embargo, como demuestran las diversas perturbaciones ecológicas, la naturaleza ya no está en condiciones de ejercer esta doble función. Como señalara Engels en la Dialéctica de la Naturaleza, esta “toma su venganza”, con “consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas”.
Para poder crear las condiciones favorables que permitan restablecer el intercambio metabólico entre la sociedad y la naturaleza, es necesario derrocar en primer lugar a los capitalistas a través de la tomar del poder por el pueblo trabajador, el único habilitado materialmente para poder emprender esta titánica tarea. Esto permitiría la apropiación colectiva del aparato productivo y tecnológico, y la posibilidad de modificarlo, eliminando sus aspectos retrógrados y desarrollando sus aspectos progresivos, reorientando la producción, la industria, la ciencia y la tecnología hacia el restablecimiento del metabolismo entre la sociedad y la naturaleza, “condición primordial de la vida” como señalara Engels. O como dijese Marx, “que el hombre socializado, los productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de un modo racional, realizándolo con el menor gasto de energía y en las condiciones más dignas”.
Pero, el restablecimiento del metabolismo entre la sociedad y la naturaleza ya no puede ser la tarea de una futura sociedad ideal, como se pudo haber pensado hace cien años atrás, sino que, por las actuales contradicciones de la sociedad capitalista y de su relación con la naturaleza (que podemos resumir como la crisis del sistema Tierra), la recomposición metabólica solo puede ser la tarea de “un movimiento real que anula y supera el estado actual de cosas”. Por lo que, la transición en el siglo XXI hacia la sociedad sin clases, el comunismo, que en la URSS fue estropeada por la traición a la revolución mundial y la imposición de intereses privilegiados de la casta política dominante, será ecológica o ya no será nada.
En el último número de la revista Ideas de Izquierda el sociólogo marxista de la Universidad de Buenos Aires y dirigente nacional del PTS (en el FIT), Christian Castillo, señaló: “La revolución va a dar que hablar en el siglo XXI. Y será permanente o no será nada. Si la humanidad tiene algún futuro que no sea este presente miserable o la perspectiva de una crisis civilizatoria y ecológica a gran escala, tendremos que pasar por una serie de procesos revolucionarios victoriosos”. Es necesario darle un valor concreto, aritmético, a la relación, a la ecuación, que inevitablemente se establecerá entre el marco-teórico estratégico que hemos conocido desde el siglo XX (y que le da sustento a la teoría-programa de la revolución permanente), y los nuevos elementos, inéditos, que se desprenden de la actual crisis del sistema Tierra. Pero para ello es necesario que el marxismo se nutra, se enriquezca, con la energía almacenada de cientos de científicos naturales. Como señalara Trotsky parafraseando a Engels: “El materialismo dialéctico únicamente puede ser aplicado a nuevas esferas del conocimiento si nos situamos dentro de ellas”.
Recientemente el reconocido astrofísico Stephen Hawking declaró que la superpoblación y el cambio climático llevarán a que nuestro planeta se convierta en pocos siglos en una bola de fuego, por lo que se haría urgentemente necesario preparar a la especie para escapar del planeta, porque su futuro yace en las estrellas. La crisis económica, política y ecológica que arrastra a la humanidad ha agrietado la sólida muralla ideológica del neoliberalismo, lo que ha permitido el florecimiento de las más diversas “corrientes de opinión”. Mientras algunos como Pentti Linkola postulan la necesidad de retornar al estilo de vida medieval, otros como Hawking proponen que la humanidad abandone su planeta. Nada más utópico-reaccionario. Pero franjas de masas se vuelcan hacia la izquierda, para hacer una experiencia con ella, lo que constituye una gran oportunidad. Más allá de la precisión de la predicción de Hawking, este hecho muestra cuán necesario es que el marxismo clásico “realmente existente” se reconcilie con las ciencias naturales.
Argentina, por una parte, concentra en su territorio varios tipos de extractivismos: petrolero, sojero, minero, etc. Por otra parte, es un país cuya intelectualidad progresista cuenta con una larga tradición de desprecio por las ciencias naturales, y dentro de la intelectualidad marxista, de desprecio por la Dialéctica de la Naturaleza de Engels. Esto es aún más agravado con la influencia histórica que el desarrollismo-peronismo ha tenido sobre la clase obrera y la juventud. Hoy, en el único país del mundo que posee un verdadero frente de izquierda (trotskista), con más de seis años de perseverancia, no existe ni una sola revista (o similar) que centre su elaboración en la relación dialéctica entre ciencias naturales, ecología política y teoría marxista.
Haciendo un modesto balance de la experiencia del ecologismo ruso en la joven Unión Soviética, y a propósito de la crisis ecológica de nuestro tiempo, podríamos concluir que hoy el marxismo necesita urgentemente ganar para la causa revolucionaria a cientos de biólogos, geólogos, oceanógrafos y climatólogos, entre otros. Pero no para que reproduzcan los sentidos comunes impuestos por la clase capitalista y su ciencia-empresa (el enfoque “científico” del reduccionismo cartesiano), sino para empuñar el arma del materialismo dialéctico en la lucha de clases que se avecina, junto al proletariado del siglo XXI y por la construcción del comunismo. La experiencia del ecologismo dialéctico de la joven Unión Soviética muestra que es completamente posible, y la actual crisis del sistema Tierra, que es absolutamente necesario.
Welcome to the Anthropocene. Fuente: IGBP.
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