Ya
es imposible seguir mirando a otro lado o echar balones fuera con el
cambio climático. Hay que ser mucho más ambiciosos, y
de manera muy urgente. En España el Gobierno parece no
tener ninguna prisa por tomar medidas, y evita llevar adelante una
ley ambiciosa contra el cambio climático.
VARIOS MANIFESTANTES SUJETAN UNA REPRESENTACIÓN DE LA TIERRA EN LA ÚLTIMA CUMBRE DEL CLIMA. EFE |
La
retórica ya no sirve contra el cambio climático. La
filtración del borrador del informe que el Panel
Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) está
preparando y que será clave en las negociaciones de la próxima
cumbre del clima COP24, ha puesto en evidencia que estamos perdiendo
la batalla global para salvar el clima.
Quizá
a más de uno le sorprenderán o le aterrarán –
o quizás las dos cosas- algunas de las afirmaciones que se
recogen en el informe, como que “limitar el calentamiento
global a 1,5ºC (en 2100) requerirá una rápida y
profunda reducción de las emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI)” o que alcanzar los 2ºC conlleva un
importante aumento en la intensidad de las consecuencias del cambio
climático. Pero en cualquier caso, entenderá que la
cosa no pinta demasiado bien: incluso cumpliendo los actuales
compromisos del Acuerdo de París el problema no desaparecerá.
Ya
es imposible seguir mirando a otro lado o echar balones fuera.
Algunos lo venimos diciendo hace tiempo: hay que ser mucho más
ambiciosos, y de manera muy urgente. El informe es contundente y pone
negro sobre blanco la imposibilidad de dilatar más la toma de
medidas efectivas, ya que si continuamos con las políticas
actuales será imposible reducir las emisiones a tiempo para no
superar los 1,5ºC o incluso los 2ºC. De hecho, el borrador
del informe ya considera que no nos encontramos en disposición
de alcanzar ciertos horizontes: “Incluso con la mitigación
de emisiones de CO2 más restrictiva considerada en un
escenario de 1,5ºC, si el resto de las emisiones de los
elementos responsables del cambio climático no se reducen
significativamente, existe una probabilidad mayor del 66% de que la
temperatura global supere los 1,5ºC”.
Conseguir
el objetivo requiere un compromiso político mucho más
consistente para forzar una descarbonización de la economía
a pasos agigantados. No sé qué pensará el
ministro Nadal cuando lea que, para no sobrepasar los 1,5ºC un
tercio de la energía deberá ser renovable en 2030; o
que debe dejarse de usar el carbón de manera urgente.
Lamentablemente, estoy seguro, de que seguirá con sus planes
de defensa de las energías sucias, a costa de las renovables.
Sin
embargo, el coste de esta desastrosa política es algo que no
nos podemos permitir porque ya estamos a punto de cruzar el límite.
Si el escenario del 1,5ºC limita – que no evita- los impactos
del cambio climático, subir medio grado más implica
efectos desastrosos: aumenta el riesgo de inundaciones, sequías,
escasez de agua e intensas tormentas tropicales. Las consecuencias
subsiguientes son, entre otras, la reducción de cultivos,
extinción de especies, el aumento del hambre, la migración
y el conflicto.
Pero
el cambio no sucederá por casualidad. Tal como advierten en el
borrador del informe el cambio necesario “no tiene precedentes
históricos documentados”, sino que “requieren más
planificación, coordinación e innovación
disruptiva entre los actores y las escalas de gobierno que los
cambios espontáneos o coincidentes observados en el pasado”.
Esto
se hunde mientras los principales actores políticos tocan el
violín en la cubierta. En España el Gobierno parece no
tener ninguna prisa por tomar medidas, y evita llevar adelante una
ley ambiciosa contra el cambio climático. Menos mal, que en
algunas Comunidades ya han tomado nota, la última Baleares
que han
presentado esta semana una ley de Cambio Climático pionera.
Perdemos la cuenta de los meses que han pasado desde que la ministra
Tejerina anunció el proceso para presentar un borrador de Ley.
La irresponsabilidad de este Gobierno no parece tener límite,
pero las emisiones de CO2 sí. Si creen que estoy exagerando,
lean el borrador si pueden; a mí me ha dejado la piel de
gallina.
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